Miércoles, 18 de febrero.
1 bajo cero. Miro por la ventana. El cielo está cubierto de un color gris plomizo, con nubes como ráfagas de humo. Me levanto cansada del invierno, de las noticias, de la crisis, de los periódicos, del pesimismo.
Decido ir a correr, desconectar un poco. Trenzas, un turbante en el pelo, jersey de lana suave, guantes de piel. A poca distancia del barrio el paisaje cambia completamente, te encuentras en medio de la naturaleza. Una bandada de gansos ocupa el lugar de los caballos pastando. Un poco más lejos, una garza barbuda me mira con expresión congelada, sin alterarse. El hielo ya desapareció del río y se ve más vulnerable sin esta capa protectora, con ello se esfumó un poco la magia. Sin embargo, es un lugar lleno de sorpresas, sólo tienes que abrir bien los ojos y un mundo nuevo aparece ante tí. Los juncos se encuentran rodeados por una fina capa de hielo, unos patos picotean distraídos entre los tallos secos, algunos corredores solitarios me saludan.
Poco a poco voy entrando en calor y parece que tenga alas. Cojo el ritmo y dejo que me envuelva el invierno. El puente solitario permanece impasible, día tras día. Con el aire fresco y puro, las ideas aparecen solas: imágenes, frases, soluciones inesperadas. En el camino de vuelta me siento acalorada e incluso me quito los guantes. Corro los ultimos metros trotando, ya llena de energía. Siento la sangre corriendo por mis venas, un chorro de adrenalina.
El cielo se abre, dejando entrever un lila pálido, que pasa a azul suave. Respiro hondo, me invade una sensación de paz total. Me gusta correr entre este frío glacial.
Texto y foto: Rosa, http://www.flickr.com/photos/dadiva/