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domingo, 9 de noviembre de 2008

Un día de otoño


Me levanto temprano, salgo a correr. Se levantó la niebla. El aire es fresco y puro, una capa de escarcha cubre el césped, huele a mojado. Unos árboles medio desnudos se reflejan en un charco lleno de hojas caídas. En el río flota una calabaza enorme de color naranja vivo, entre el agua tejida de algas. Los patos nadan a su alrededor sin inmutarse, todo pertenece a la naturaleza.

Aspiro una bocanada de aire, cojo el ritmo, el cuerpo alerta, la mente vacía. Escucho el sonido de mis pies al pisar las hojas que crujen, a mi alrededor reina el silencio. Una lluvia de confetti de hojas tostadas celebra la llegada del otoño. Entre los árboles, una luz pálida intenta abrirse paso. Más lejos, vacas multiculturales pacen tranquilas como si hubieran estado siempre allí, congeladas en una pintura antigua, ajenas al paso del tiempo. Vacas marrones, con manchas, y una con lunares grises que me recuerda al caballo de Pippi Calzaslargas. De vuelta, en el campo junto al camino, unas gaviotas planean lentamente sobre una manada de caballos.

Y de nuevo el charco, las hojas cobrizas, los reflejos, el olor a mojado. Simplemente un día de otoño. Hojas caídas. Los dividendos bajan, los bancos quiebran, la gente intranquila. Pero la tierra sigue girando.